-Anúnciame al emir de los creyentes.
Y Rebi,
el portero, le preguntó:
-Dime
quién eres y qué es lo que pretendes.
Y Saíd le
respondió:
-Yo soy
un hombre que ha tenido una visión relacionada con el emir
de los creyentes y querría contársela.
Y el
portero Rebi le replicó:
-¡Vaya
con usted! Si la gente no suele dar crédito a lo que ve, ¿cómo va a dárselo a lo que otros le cuentan? Busque
otra treta mejor que ésta.
Pero Saíd
le dijo al portero:
Está
bien; pero te prevengo que si no pasas a anunciarle mi presencia al califa, me
valdré de otro que me haga llegar hasta él, y entonces le contaré que te rogué que me anunciases y
te negaste.
Pasó
luego Rebi a la cámara del califa y le dijo:
-¡Oh,
emir de los creyentes! A la puerta hay un hombre que pretende haber tenido una visión buena relacionada
contigo y desea contártela.
-Pues
hazle pasar -díjole Al-Mahdi.
Pasó Saíd
a la presencia del califa. Y dicen que era Saíd hombre de
buena planta y buena cara, y tenía unas barbas muy largas y una
lengua muy suelta. Y, al verlo, le
preguntó el califa:
-¿Qué
visión fue esa que tuviste, así Alá te bendiga?
-Vi a
alguien que venía a mí en un sueño y me decía: "Anúnciale al
emir de los creyentes que se sentará en el trono por espacio de
treinta años y, en señal de eso, verá la
próxima noche en su sueño un rubí
y luego treinta rubíes más".
Al oír
aquello exclamó Al-Mahdi:
-¡Qué
bello sueño! He de probar lo que dices en mi sueño esta noche, y si se confirma tu anuncio, te daré más de
lo que pudieras ambicionar; y si no
fuera así, no te he de castigar, pues los sueños dicen unas veces la verdad y
otras nos engañan.
Luego que
acabó de hablar el califa, le dijo Saíd:
-¡Oh,
emir de los creyentes! Cuando yo vuelva a mi casa y le cuente a mi familia que tuve el honor de llegar
hasta el califa y me vean que vuelvo con
las manos vacías, ¿qué dirán?
¡Creerán que es mentira!
-¿Pues
qué quieres que haga? -le dijo Al-Mahdi.
Y le contestó
Saíd:
-¡Oh,
emir de los creyentes! Anticípame algo a cuenta de lo prometido.
Mandó entonces el califa que le diesen diez
mil monedas y le pidió que alguien asegurara que él volvería al día siguiente.
Tomó Saíd el dinero y Al-Mahdi le preguntó:
-Bueno;
¿quién es el que asegura que volverás al día siguiente?
Miró Saíd
a su alrededor y se fijó en un mozo que allí estaba, y dijo al califa:
-Este será mi fiador, éste será quien
asegure que volveré mañana.
Al-Mahdi
preguntó al muchacho:
-¿Sales
fiador por él?
Y el
muchacho exclamó:
-Sí, emir
de los creyentes. Yo seré su fiador.
Se fue
Saíd de allí con las diez mil monedas.
Y sucedió que,
llegada la noche de aquel día, tuvo el califa en su sueño la visión
que Saíd le había anunciado, todo al pie
de la letra, como él le había
indicado.
Al
amanecer, Saíd se levantó y se dirigió a la puerta del califa, y pidió que le anunciasen su venida. Dio luego
Al-Mahdi orden de que lo introdujeran y, no bien posó en él su
mirada, le dijo:
-¿Dónde
está la verdad de lo que me dijiste?
Y Saíd le
replicó:
-¿Pues
qué fue lo que vio el emir de los creyentes?
Demoró el
califa la respuesta y dijo:
-En
verdad tuve la visión que me dijiste,
tal y como
me la describiste.
Y en el
acto mandó que le diesen más dinero y diez arcas de ropas de todas clases y tres caballos de
las mejores que en sus
cuadras había.
Cargó
Saíd con todo aquello y se retiró muy
contento. Y he aquí que, en la puerta, se tropezó con aquel muchacho que
le había servido de fiador.
Y el
mozo le comentó:
-Por lo
visto ese sueño tenía su fundamento.
Y Saíd le
contestó:
-¡Por
Alá, que no!
Pero el
chico le replicó:
-¿Cómo es
eso si el emir de los creyentes tuvo
el sueño que
le anunciaste con todos sus
detalles?
-Sí -dijo
Saíd-; pero esos son delirios. Pues todo se debe a que al decirle yo al
califa esas palabras
impresioné su espíritu y cautivé su corazón y ocupé su
imaginación, y al echarse luego a dormir, seguía preocupado con aquello que
tenía en su corazón y en su sueño lo
vio.
Maravillado se quedó al oírlo el muchacho y Saíd le dijo:
-Ya sabes
el secreto; te lo he revelado en atención al favor que me hiciste siendo mi
fiador. Pero, por Alá, te ruego que no
lo dejes salir de tu pecho.
Y es el
caso que, a partir de aquel día, pasó Saíd
a ser comensal
del califa, el cual se encariñó con él y lo nombró juez y no le retiró
su favor y atenciones mientras vivió.
Anónimo.
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