Un sabio
anciano caminaba solo por el desierto. Andaba lentamente mirando al suelo. En
un alto del camino vio a lo lejos a dos hombres que se acercaban. Los dos
hombres estaban tristes y enfadados. Antes de que hablaran el sabio les dijo:
-
¿Habéis perdido un camello?
-
Sí ¿Cómo lo sabes? – dijeron ellos extrañados.
-
¿Es un camello tuerto del ojo derecho y cojo de
la pata delantera izquierda?
-
Sí ¿Cómo lo sabes? – volvieron a decir.
-
¿Es un camello al que le falta un diente y lleva
una carga de miel y maíz?
-
Sí, es nuestro camello. Dinos donde está.
- No lo sé
-respondió el anciano- no he
visto nunca a ese camello.
Los dos
hombres se enfadaron con el anciano. ¿Cómo podía saber tantas cosas del
camello? Tal vez él mismo lo había robado. Lo agarraron por la fuerza y lo
llevaron ante el juez. El juez preguntó al anciano:
-
Anciano, ¿has robado el camello?
-
No, señor, yo no he robado nada.
-
¿Cómo sabes tantas cosas del camello si no lo
has visto?
-
Fijándome en lo que veo -respondió el anciano- Hace unas pocas horas vi en el suelo huellas
de un camello. Como no vi huellas de hombres pensé que el camello se había
perdido. Pensé que era tuerto del ojo derecho porque la hierba que tenía a su
derecha no estaba comida. Supe que cojeaba porque la huella del pie delantero
izquierdo era más floja que las otras. Luego vi que entre la hierba mordida
siempre quedaba alguna sin cortar por lo que pensé que le faltaba un diente. En
cuanto a la carga, vi que unas hormigas se llevaban unos granos de maíz y que
varias moscas volaban cerca de unas gotas de miel que había en el suelo.
- En verdad eres un hombre sabio -dijo el juez- y veo que dices la verdad.
Los dos
hombres pidieron perdón al anciano, quien les ayudó a encontrar a su animal,
aprendiendo de paso una valiosa lección: atender y pensar las cosas suele ser
mejor solución que enfadarse y acusar a los demás de nuestros problemas.